El viento estuvo todo el día soplando, arremolinando y mezclando todos aquellos preciosos granos de arena de aquella enorme playa desierta. Poco a poco se fué formando una gran duna irisada, que reflejaba todos los colores del arcoiris, alta y redonda como una ola gigantesca multicolor.
Fué al llegar la tarde, después de tanto soplar, cuando aquel viento, que había empezado como huracán fiero y ahora era poco mas que una brisa ligera, contempló aquella duna maravillosa, formada por tantos y tan variados maravillosos granos de arena. Pero de entre todos ellos, atrapó su mirada un brillo rojizo, quizás uno de los últimos rayos del sol que ya terminaba su camino, reflejado por uno, solo por uno, de aquellos granos de colores. Allí fué donde cayó ese viento, feliz y extenuado, admirando aquella diminuta gema, atrapado en el hechizo de su reflejo, deseando, imposible para un viento, ser tan solo un diminuto grano de arena en una duna a su lado.
Cuando un viento, que no es mas que soplido, maravillado se olvida de soplar, quién sabe en qué se transformará....
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