En esta calma, en este claro en la tormenta, escribo en mi camarote, mirando atrás, mirando adelante.
El mar aparenta tranquilo, aunque los marinos sabemos reconocer cuando la corriente submarina es traicionera, mar de fondo lo llamamos.
La otra noche pusimos sobre la mesa la carta de navegación. Estuvimos viendo como hemos llegado a este remanso de sargazos, vimos que el exceso de horas de los remeros los ha fatigado hasta tal punto que se hace dificil continuar. Aunque ella insiste, rememos mas despacio pero sigamos el mismo rumbo. Yo en cambio noto un cambio en el viento del norte, una oportunidad que puedo aprovechar. Ella no quiere ni cambiar de vela ni variar el rumbo, ni siquiera un rumbo intermedio, a veces vela, a veces remo. Es posible que tenga razón, puede que la nave no lo resista.
Es evidente que los remeros deben remar menos. Es dificil de plantear, el esclavista cobra por las horas que reman sus esclavos, hay que hacerle ver que, aun cobrando menos, le compensa tener también menos gastos. Puede que el momento sea cuando caigan enfermos varios de ellos, que esté preocupado por ello. Seguimos precisando remeros, pese a que aprovechemos el viento.
Por otro lado, el capitán debe tomar decisiones respecto al rumbo. Esperaremos a como se maneja la nave una vez reducido el ritmo de los remeros. Todo sea que, mientras tanto, se intensifique el viento y sea evidente que hay que desplegar las velas, olvidarse de remos, y navegar a todo trapo a rumbo desconocido. Aunque me parece que esa posibilidad, aunque la planteé encima de la carta, tan solo la estoy sopesando yo.
Puede que pase esta borrasca, es su esperanza. Pero veo el buque bastante dañado. Podríamos tirar la carga por la borda, es una posibilidad, pero es demasiado valiosa, intentaremos pese a todo llevarla a puerto. Todo sea que cuando lleguemos tengamos que desmantelar el viejo navío y hacer dos mas pequeños con los restos.
El viento sopla.
Es hora de coger el timón.
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