Ahora mismo golpea un sol de atardecer joven, un candilazo que decimos por aquí, ese sol brillante, luminoso, que ilumina sin deslumbrar y hace que los colores salgan de debajo del gris azulón de estos nubarrones que todavía nos rodean. Desde donde estoy, a través de los cristales, tengo la suerte de al menos vislubrar unos cuantos pinos, algunos cipreses y palmeras. Todos ellos verdean con intensidad con este sol feliz, travieso, que ha engañado a la tormenta y se escabulle por debajo de ella a ver si le roba un arcoiris.
Después de tanta lluvia, después de las calles convertidas en torrentes y después de las ramblas secas venidas a ríos furiosos, el aire está limpio y fragante, refrescado, húmedo como la tierra que apenas ha podido absorber tanta agua. Este sol invita, invita a salir de la casa del caracol, invita a pasear, invita a jugar y mancharse de barro, a pisar charcos y a hacer saltar las piedras sobre ellos. Invita a llenarse los pulmones de ese aire como quien sacia la sed con un refresco. Invita a brillar.
Quien sabe si el sol nos esta haciendo una última y alegre llamada, antes de que caiga la noche fria.
martes, 29 de septiembre de 2009
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