Maldije la velocidad cuando desde la ventanilla vislumbré una bandada de garzas, blancas como jirones de lienzo lavado, revoloteando nerviosas. Maldije el acelerador cuando entreví, por el rabillo del ojo una sombra en el suelo, silueta quizás de la rapaz culpable de semejante, nunca mejor dicho revuelo. Maldije la prisa al dejar atrás la escena sin saber que pasaba, eterno cotilla de los cotidianos tránsitos del cielo.
Para el que mira, siempre están ahí
jueves, 1 de octubre de 2009
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