Un verano octubroso, o un octubre veraniego, ha sido la ocasión ideal para redescubrir un paraíso inmediato, casi aquí al lado de casa. Es impresionante que aún hoy, pese a los chalets que se encaraman con avaricia y los emisarios que desembocan su fétido caudal, haya un rincón tal, en el cual el sol te acaricia, el agua te transporta, fresca y zalamera, verde cristal de alga y arena, sumergidos como si nacieramos, aprendiendo a nadar, sin mas equipaje en la orilla que la ropa puesta y una toalla de emergencia.
Es cuanto menos un pequeño tesoro a rescatar hoy que el cielo vuelve a ser gris, el baño de ayer, después de sudar la música al sol, ese inmediato chapuzón en este mar viejo, refresco del cuerpo y del espíritu. Es tan liberador ser uno mas con esos pececillos a los que una muchacha sin nombre te enseñó a dar de comer en la mano, ser sobre la piedra vecino de los cangrejos, buscar el brillo del sol bajo la superficie salada...
Hoy ya estamos de nuevo entre mis cuatro paredes de cristal.
Pero ayer durante un momento estuvimos desnudos, mojados y libres.
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