Y allí estabas entre los sembrados de nuevo, de nuevo para mí, tu llevas muchos años sin moverte del sitio, impertérrita, susurrandole al silencio, dándole voz al mudo viento.
Dos arrendajos furiosos, con su voz cascada salieron molestos con nuestra visita, desacostumbrada incursión fuera del camino. A saber que harán esos bichos por la noche para tener la voz así. Tu sombra, como un abrigo, un paraguas, el regazo generoso de una madre serena, nos acogió como tantas veces otras. Te reconocí, una vez mas, tras tantos años. ¿Acaso alguna grieta, unas hojas que cayeron y otras que salieron? Mi pelo ahora despunta canas, recuerdo de lo fugaz que es nuestra existencia, mas fugaz incluso si me comparo contigo. Igual, de alguna manera, nos sientes, nos ves, nos oyes, notas esa mano en tu corteza, ese abrazo apenas completo de padre e hija. Me gusta imaginarte viendonos pasar, como si los días fuesen segundos para tí, como si cada siglo de los nuestros, con nuestras guerras y nuestros importantísimas causas, pasara en un suspiro ante tus ramas.
Porque ahí debajo de tus ramas me doy cuenta de que perfectamente el universo entero puede girar en torno a una carrasca, quizas todos los astrónomos desde la antiguedad estaban equivocados, quizas todo el engranaje planetario es para hacer circulos concentricos, eclipses, espirales que te tienen como centro. Es quizás esa quietud, la que invita a la voz baja, a sentarse en una piedra y, como en el ojo del huracán, contemplar simplemente como el mundo en su carrera transcurre a toda prisa a nuestro alrededor.
jueves, 23 de septiembre de 2010
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