Uno se pregunta que es lo que busca a estas horas, en compañía de grillos y farolas. La noche es cálida aunque no llega a sofocante, como el mediterráneo templado de agosto. Una noche que, por primera vez en este pueblo desde hace muchos años, huele a noche y no a azufre.
El murmullo solitario de algún coche cruza el silencio poblado, porque silencio no es, con estos insectos nocturnos que marcan el compas inexorable del paso de los segundos, con el aliento de este artilugio electrónico del que me valgo, o quien sabe si se vale de mi, con el reloj made in china que me recuerda que queda menos para despertar de este sueño no comenzado aún. Con las pulsaciones obstinadas de las teclas, cual pasos nerviosos que recorren un camino que nunca, nunca sabes donde te va a llevar.
Justo en este momento suena una sirena a lo lejos, ¿quizas un turno abandonado en la fábrica que van a cerrar?
Los trenes a estas horas no pasan, y me sigo preguntando que busco, que me mantiene aquí, quizas es un homenaje a aquellos meditabundos paseos de adolescente, añoranza de aquel amigo con el que brevemente hablé hoy. Quizá es esta vida, puede que me quede grande, puede que me pensé mas fuerte de lo que soy, y me forcé a serlo resistiendo todas las mareas por miedo a no serlo.
Quien sabe. A estas horas la lucidez es algo extraño, y en todo caso deformado. Como las cosas a la luz de la luna, en esos cada vez mas remotos lugares donde solo esa luz alumbra la noche. Como aquella montaña que se convertía en dragón durmiente, o la nube solitaria que se hacía ballena ingrávida.
Y yo busco, sigo en ello, hilvanando palabras para intentar ver a través. Quizás sea el animal que queda bajo la ropa, que se resiste con todas sus fuerzas a ser domesticado. Quizás sea, como dice el ángel de alas negras, que de vez en cuando lo debiera dejar salir y perder ese control que en el fondo, ya ves, es ficticio, pues si no hace rato que estaria durmiendo abrazando a la almohada.
O puede que no sea mas que eso, piel hambrienta que necesita piel y que no encuentra, esa maldición que pesa sobre todos nosotros, ese hambre genético. O quizás sea esa poesia, ese latido que nos falta por oir y que sin él el día no esta completo, en cualquiera de sus formas. Desde luego, reconozco que hoy no lo tuve, en forma de palabra al viento, de música golpeada, en forma de cualquier cosa hermosa e inútil. Estaba bajo los labios que me dieron las buenas noches, y que me dieron las gracias por traerla aquí. Ahí estaba, y quizas no lo supe ver.
Quizas estas horas son un acto de rebeldía, contra todas las que mañana entregaré a cambio de mi salario, horas de las cuales me despojo con esfuerzo, casi con dolor, sacrificadas por el techo y la comida.
Estas son horas en las que quien no duerme debiera hacerlo ya. Aquí junto a la ventana, tan solo las preguntas de siempre, el olor de la noche, los sonidos lejanos y los grillos evocadores. Y mis ojos, cansados, que buscan las estrellas y que ve que en la batalla de la noche, ganaron las farolas.
Aqui quedais, palabras mías. Puede que algún día, mas viejo aún, os visite y me reconozca. Por hoy ya toca dormir.
lunes, 10 de agosto de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario