Puede que sea su vuelo, casi rozando un suelo asfaltado y esquivando el destino con un quiebro, o sobre una lámina de agua cristalina, apenas un roce para beber esa minúscula gota que roba de la balsa. Quien sabe, que me lo diga, que es lo que tienen las golodrinas que hechizan al que las ve, que inspira al poeta a hacer un cuento, o al príncipe a regalar hasta su corazón de plomo.
Quizás sea su forma, elegante, agujada, afilada. Quizás sea su gracilidad, a veces parece que baila en el aire. O puede que sea su caracter migratorio, que para nosotros supone una eterna despedida y un eterno regreso, abandonados al frío insensible del invierno, pero siempre rescatados por esa golondrina que atestigua el reinado del calor.
Puede que verla volar nos haga de alguna manera libres, puede que ese permanente regresar nos recuerde que todo pasa, y de alguna manera volverá, aunque distinto.
Esa golondrina, temeraria danzarina del cielo que empieza a ras de tierra, al igual que hechizó a los poetas, a mi me ha encantado, admirando con fascinación su vuelo fugaz. ¿No serás, golondrina cobalto oscuro, uno de tantos poemas escondidos en este viaje que es nuestra vida?
martes, 4 de agosto de 2009
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